“Recordemos que las palabras matan. Matan tanto como las balas”, afirma Adama Dieng, el asesor de Naciones Unidas sobre genocidio que la organización eligió como vocero para lanzar su nuevo plan contra los discursos que incitan al odio, y la respuesta ante el incremento del “terrorismo interno” en Estados Unidos.

Con voz profunda y paciente, Dieng alerta acerca del peligro de usar este tipo de señalamiento para promover una agenda política. “Los discursos de odio anteceden a los crímenes de odio. El holocausto judío no empezó con las cámaras de gas, ni el genocidio tutsi en Ruanda se dio en un día. Empezaron mucho antes, con la estigmatización”, explica.

“Hoy lo vemos en el ascenso del extremismo y en el incremento de grupos neonazis. Lo vemos en la forma en la que son despreciados migrantes y refugiados”, en Estados Unidos y Europa.

El ataque en un bar de la ciudad estadounidense de Dayton, en el estado de Ohio, que el domingo pasado dejó 10 muertos fue el número 253 en lo que va del año. El dato surge del relevamiento de Gun Violence Archive, organización que recoge información sobre tiroteos masivos (considera como tales a aquellos que se perpetran en lugares públicos y en los que hay más de cuatro heridos) en Estados Unidos. Un día antes, un joven que difundía desde sus redes sociales sus creencias en la superioridad de la “raza blanca” y hablaba contra la “invasión” de migrantes latinos, mató a 20 personas en la ciudad de El Paso, donde funcionan centros de detención de migrantes, cuestionados por defensores de derechos humanos.

Los procesos que terminan en exterminio, dice la docente de Historia Laura Bravo -coordinadora del Area de Educación del Espacio para la Memoria “La Escuelita de Famaillá” y especialista en procesos de genocidio y memoria- se inician con el señalamiento de grupos de personas, a las que se cargan de prejuicios y a las que se acusa de ser enemigos (del país, de la comunidad, de la patria, de una supuesta normalidad).

Esa construcción de un “otro negativo” -explica Bravo-, una formulación que toma de los estudios del sociólogo Daniel Feierstein, pasa por diferentes etapas. En un principio, el grupo identificado negativamente es deshumanizado, marcado en base a prejuicios, por ejemplo, los “mexicanos violadores”, de los que habla Donald Trump, o el de que todo chico pobre es un potencial “pibe chorro”.

“Se delimita así el campo del ‘nosotros’ frente a ‘los otros’ y se construye una idea de normalidad, frente a los ‘no normales’, que son los otros”, añade. En lel proceso de deshumanización toman un papel importante los medios de comunicacion y la escuela, que eligen difundir o no esos prejuicios.

Adolf Hitler no inventa los estereotipos sobre los judíos, sino que toma los prejuicios que vienen de la Edad Media y los refuerza, los normaliza”, hasta que la sociedad ya no encuentra extraña la idea.

Este tipo de discursos de odio proliferan en situaciones de crisis, durante las cuales la sociedad necesita encontrar a los responsables de sus problemas. En el caso de Estados Unidos, explica, identifican al latino como al que viene a quedarse con el trabajo y la riqueza de los estadounidenses. “Cuando Trump se refiere a las minorías de esta manera, se juega a mantener el poder con el recurso de que la sociedad identifique a un enemigo común, los latinos”, añade.

Una vez que se ha logrado la deshumanización del grupo se legitima una segunda etapa: la del el hostigamiento. Puede aparecer como acciones espontáneas, aunque estén habilitadas desde el discurso del gobierno o de líderes. Otras veces, el hostigamiento se despliega por medios de leyes que excluyen, como la prohibición de participar de ciertas actividades.

No necesariamente los discursos de odio terminan en un exterminio -aclara la docente-, pero en estos actos se manifiestan señales de alerta. Son procesos que no ocurren porque sí, sino sobre una sociedad que lo consiente. “Si no somos capaces de frenarlos, muestra que no hemos aprendido nada y que vamos a reproducirlo”.